El
Muñeco de Nieve

La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas habiles, se entrego a la tarea de moldearla.
Hare un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbon y un boton rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada con su obra y convirtio al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes dias de aquel invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los dias empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se fundio sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un boton rojo. La niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran leccion: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
Fin


Hubo una vez una joven muy bella que no tenía
padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella
quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan
manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba
a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú
Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y
preparando la cena para cuando volvamos.

- ¿Por
qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.


- No te
preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición,
que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y
tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

La llegada de Cenicienta al Palacio causó
honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza
que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban
quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó
sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh,
Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.

Como una exhalación atravesó el salón y
bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó
un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a
recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a
quien le fuera bien el zapatito.

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro
está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta
vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el
Príncipe se casó con la
joven y vivieron muy felices.

En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo
siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos
decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a
jugar.
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había
terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.
- Ya
veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se
lo pasaban en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el
lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de
su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos
cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso
a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera
larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor
puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la
chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta
que nunca jamás quiso comer cerdito.
FIN
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